Érase una vez un hombre, llamado Enric Bernat, que observó dos circunstancias sencillas. Una, que el mayor consumidor de caramelos es el público infantil y otra, que éste solía sacarse esta golosina de la boca con la mano. Solución: Le puso un palo al caramelo e inventó el chupa-chups.
Algunos años después, un tal Mark Zuckerberg creó una página web que permitía a sus usuarios informar sobre si tenían o no pareja, acerca de sus gustos, e incluso colocar fotografías para que sus amigos pudieran verlas online. Hoy, se trata de una red social con más de 500 millones de usuarios registrados en todo el mundo y cuyo nombre es bien conocido por todos: Facebook.
Son dos claros ejemplos de un concepto muy arraigado en los últimos tiempos: la innovación. De hecho, esta es una de las palabras favoritas para destacar un proyecto, una idea o una empresa. Sin embargo, en muchos casos, esta palabra se utiliza sin un contenido claro, sin una “innovación” (valga la redundancia) real y efectiva.
Hay tener en cuenta que hacer bien lo que el resto de personas ya realiza, no está mal. Pero innovar te permite destacar y adelantarlos a todos. Dar un paso más respecto a todos los que están a tu altura supone alcanzar una ventaja que es, en muchos casos, decisiva.
Pero, ¿cómo hacerlo? No se trata de destinar un amplio presupuesto a un pormenorizado estudio de mercado de varios años de duración. Es tan “simple” como unir una golosina y un palo, pero para eso hay que fijarse en que los niños se sacan el caramelo de la boca con la mano. Se trata de mirar de otra forma la realidad; incorporar elementos en principio inconexos pero que, unidos, alcanzan un gran potencial.
Sólo de esta forma algunas empresas conseguirán diferenciarse del resto, aumentando la competitividad y por lo tanto consiguiendo cada vez mayor calidad. No se puede seguir viviendo del pasado, sino inventar un futuro a base de originalidad, rentabilidad y formación.