Desde el colegio ya nos enseñan cómo trabajar en equipo y los beneficios que se obtienen al hacerlo. Para algunos, este funcionamiento como conjunto supone no sólo una ventaja sino también una facilidad a la hora de desarrollar cualquier tarea. Sin embargo, aunque para muchos de nosotros aporte riqueza y beneficio en todos los sentidos, la famosa y tan divulgada “cooperación” puede convertirse en una auténtica pesadilla si no encuentras a los compañeros adecuados.

Tras el desarrollo de diversos trabajos que, desde nuestro punto de vista, sólo requerían cariño y un poco de dedicación, hemos descubierto la ardua labor que implica la búsqueda del… Perfecto Colaborador. Porque no vale con que sus productos sean o puedan llegar a ser buenos. Ni con que sea simpático y amable y propicie una buena relación. Ni con que llegues a un acuerdo de crecimiento común. La única opción que puede llegar a buen puerto es que ese colaborador comparta contigo las mismas inquietudes, las mismas aspiraciones y un concepto de negocio al menos similar al tuyo. Después, ya viene el resto…

En definitiva de lo que se trata es de crear un equipo de trabajo en el que no haya empresas, sino compañeros, y en el que cada miembro pueda alcanzar un nivel de intercambio de ideas y tareas con el resto sin que se perciba ninguna diferencia ni barrera tanto a nivel interno como externo. Es decir, se trata de poner en práctica la buena comunicación, esa tarea cuya importancia precisamente predicamos en nuestro día a día.

Y es que la comunicación, en el sentido en el que nosotros la concebimos, no es otra cosa que un continuo fluir de relaciones, al igual que una empresa. Cuanto mayor sea ese fluir, mejor será la comunicación y más rápido avanzará la empresa. Por eso, la relación con un colaborador debe cuidarse al igual que la relación con cualquier cliente o público objetivo. Porque un buen proveedor puede convertirse en comprador, mientras un mal proveedor puede hacerte perder un cliente o perjudicar tu cuidada imagen.

Alicia Casado