No hay más que remontarse al refranero popular para comprender el poder de la comunicación. Aquel corazón que no ve, no siente. Esta afirmación es perfectamente extrapolable a todos los aspectos de la vida.

Cuando somos pequeños, si tu madre no sabe que has hecho todos los deberes y comprueba que has sacado buenas notas, desconoce el estudio y dedicación que has empleado en ello. Si tu novio desconoce lo que hiciste en aquella salida que hiciste con tus amigas por la noche, ya empiezan a surgir problemas en la pareja.

Lo mismo pasa en la comunicación de masas y empresarial. Una empresa que no comunica a la sociedad lo que hace, la inversión que otorga a RSC, los esfuerzos por retener el talento y mejorar la situación de sus empleados, los nuevos proyectos que está ejecutando o la ardua labor que realiza para salir adelante a pesar de la crisis, no existe. Está en la sombra y nadie la tendrá en cuenta.

Algo parecido ocurre con la comunicación interna en la propia empresa. Si los empleados de una empresa desconocen qué personas componen el comité ejecutivo que decide sobre sus sueldos, no saben qué situación atraviesa la empresa o simplemente no tienen ni idea de los objetivos empresariales que se establecen para el resto del año ni cómo se llama el compañero de enfrente, esos trabajadores no sentirán ningún vínculo con esa empresa y su rendimiento se verá disminuido.

La solución es tan fácil como comunicar lo que se hace. Tanto al exterior como al capital más importante: los trabajadores, es decir, los que hacen funcionar la empresa. Establecer un feedback o retroalimentación que origine un diálogo permanente que indique que estás vivo, que hablas y escuchas, que sientes. Que tu corazón late, y los ojos de los demás lo pueden comprobar.

Si no comunicas, no existes.